Decir la vida
es una hilera castigada de letras
cabalgando el delirio de un abecedario
en el fuego de madrugadas estériles de mar
es una guirnalda multicolor de pequeños ocasos
en los muros helados del destino rebotando silencios
en la esquina gris de la inocencia
en cada pelota carente de manos diminutas
con la ausencia tallada en las rodillas
son astros que llueven historias
anhelos de aguas vivas calmando la sed en las calles
son exiliadas mariposas contando su lucha de crisálida parida a destiempo
soñando a ser gorriones en un lugar que jamás conocerán
son balas escritas que abren las cabezas de los distraídos
en un revólver de imágenes y versos que sangran en cada rincón oscuro del desvelo
en cada estridencia verbal de los dolidos
en cada error fortuito de la luna lamiendo las derrotas del punto final
el despedido
es la piel de velas derretidas que buscan la caricia pegajosa de un verso clandestino
refugiando pájaros dorados en sus pasos de bares taciturnos
esperando que algo quede para nutrir sus manos despobladas de viento
es la ceniza candente de las nubes que acompañan el sendero oscuro del poema
en el latir sistólico del abismo salpicado de pequeñas glorias
el entierro de cicatrices que gotean sueños por el ojo ciego de la cerradura
Decir la vida
son amanecidas luciérnagas y perros suicidas
combatiendo la penumbra sonora en la virilidad de las piedras
sudando letras bajo la tinta de los huesos que yacen
en la piel encendida del poeta...
Sandra Gonzalez Lescano
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